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Mostrando entradas de diciembre, 2020

Antipereza

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  Nicanor Parra No quiero acostumbrarme a la herida, ¿sabes?, a la hendidura fácil, recurrente, que infecta la piel y, más adentro, una calma difícil en tiempos de miseria, de pobreza carnal (la más inhóspita de todas las pobrezas), ahora que las caricias pasaron a engrosar la lista de los miedos y de las prohibiciones.  No quiero acostumbrarme, no –te digo–, al daño gratuito que nace de los pozos del hambre, oscuros, anaerobios, de aquellas crueldades que, siendo tan humanas, podríamos evitar humanamente, dotados, como estamos, de razón, de ingente voluntad, de cierta compasión para las ocasiones en las que procurar la ternura, ante la rota condición que nos asiste, se vuelve compromiso, pacto tácito que honra nuestra naturaleza más noble frente a la incoherencia que también nos define y, a ratos, nos arrastra a la traición de lo que, entre tanta indecente ruina, merecería estar a salvo del beso de las llamas.  No quiero acostumbrarme al doloroso ruido de la ofensa, de l...

A contramar

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...tal vez la única realidad que existe  es aquella que se ve entre las lágrimas... Raúl Zurita Somos un cierto llanto, agua que se derrama y limpia como una lluvia amarga, pero fresca también, el ánimo maltrecho y su residuo. (Cada quien navegando su marejada inmensa: sol que apenas despunta, lejanamente el agua enmudecida, intangibles las brumas que, como una espesura amilanada, no osan disiparse) Cómo saber cuánto dolor anida  en los reptiles páramos de otro cuerpo.  Sólo cabe el sigilo,  la delicada dádiva de la compañía que, lejos de cualquier exigencia,  brinde serenidad y alumbre confianza  contra la rancia almendra del sile ncio. Carente de abrigo humano, cómo será el invierno en esta isla de solitaria arena –mar en penumbra–, donde no quedan ya más fuerzas... ni más lágrimas.