Antipereza

Nicanor Parra No quiero acostumbrarme a la herida, ¿sabes?, a la hendidura fácil, recurrente, que infecta la piel y, más adentro, una calma difícil en tiempos de miseria, de pobreza carnal (la más inhóspita de todas las pobrezas), ahora que las caricias pasaron a engrosar la lista de los miedos y de las prohibiciones. No quiero acostumbrarme, no –te digo–, al daño gratuito que nace de los pozos del hambre, oscuros, anaerobios, de aquellas crueldades que, siendo tan humanas, podríamos evitar humanamente, dotados, como estamos, de razón, de ingente voluntad, de cierta compasión para las ocasiones en las que procurar la ternura, ante la rota condición que nos asiste, se vuelve compromiso, pacto tácito que honra nuestra naturaleza más noble frente a la incoherencia que también nos define y, a ratos, nos arrastra a la traición de lo que, entre tanta indecente ruina, merecería estar a salvo del beso de las llamas. No quiero acostumbrarme al doloroso ruido de la ofensa, de l...