Semanario de urgencias
(23-1-2020)
Juan Sin Miedo y otros cuentos
Continuamos nuestra agenda
internacional 2020 en Bruselas. Europa tiene un rol fundamental para lograr
medidas concretas que permitan solucionar la grave crisis en Venezuela. Gracias
a Josep Borell, alto representante de la Unión Europea para asuntos exteriores,
por su apoyo.
Juan Guaidó
¡Qué alegría! ¡Qué alboroto!
¡Otro perrito piloto!
Un señor feriante (dueño de una
tómbola en la feria del Corpus de Granada)
Me ha sorprendido hoy
ingratamente (así para que no pase el ecuador de la semana sin pena ni gloria)
la noticia de que Juan Guaidó, golpista donde los haya, ha sido recibido en
Bruselas con el reconocimiento y la deferencia protocolaria que corresponderían
a un mandatario legalmente elegido por los ciudadanos en las urnas. Se le ha
organizado una conferencia oficial (casi episcopal) donde ha tenido la
oportunidad de hacer uso y abuso de la palabra para su personal apología de la
sedición, del imperialismo, del neocolonialismo y de la traición a sus
compatriotas que sí votaron, que sí eligieron y que sí otorgaron su confianza
al verdadero presidente de Venezuela en unos comicios que, por si fuera
necesario refrescar la memoria, fueron sometidos a la estricta vigilancia de
observadores internacionales (y esto ya es vergonzosamente grotesco en sí
mismo), tanto europeos como latinoamericanos, quienes aseguraron la legalidad y
fiabilidad del proceso (aunque vaya usted a saber si éstos últimos son garantía
de algo porque si no nos fiamos de los venezolanos, por qué fiarnos de otros
latinos, ¿verdad?). Tuvieron el respaldo del Consejo de Expertos Electorales de
Latinoamérica (Ceela), cuyo presidente, Nicanor Moscoso (ya el nombre nos pone
un poco alerta, a ver si va a ser como un tal Nicanor Parra), según información
facilitada por diversos organismos oficiales y por la agencia EFE de
comunicación (21 de mayo de 2018) afirmó: “estas elecciones deben ser
reconocidas por todos… Son resultado de la voluntad del pueblo venezolano”. Hay
que ver don Nicanor, qué sentido del humor tiene este hombre, decir que las
elecciones eran transparentes en un país como Venezuela, con tantos venezolanos
y venezolanas, a quién se le ocurre.
Aun con una abstención del
53.98%, el resultado dio la victoria a Nicolás Maduro por 6.190.612 votos,
frente a 1.917.036 votos obtenidos por Henri Falcón y 998.761 votos logrados
por Javier Bertucci. Me pregunto (y parece que también como mínimo los
6.190.612 venezolanos y venezolanas se lo preguntan porque así somos ellos, ellas
y yo, que nos gusta hacernos preguntas sin sentido, no más por diversión),
dónde está Guaidó en este panorama electoral y quién lo votó, porque estoy
empezando a sospechar que el muy pillín se presentó como candidato sin decirle
nada a nadie, camuflado como Rambo, para luego darnos la sorpresa, cual
aparición mariana, y asegurarnos que es un enviado cuasi-divino (como ahora les
ha dado por decir a las y los golpistas en algunos otros puntos de la geografía
latinoamericana) que viene a redimir a los electores necios de su obstinación y
errática insistencia en la “madurez”.
Lo cierto es que Juan Sin Miedo,
quien ha estado campando a sus anchas autoproclamándose presidente por obra y
gracia del usurpador de petróleo, que todos y todas tenemos en mente, y porque
el Dictador Maduro no ha tenido corazón para juzgarlo y encarcelarlo, porque
así es este hombre, se encariña fácilmente con los golpistas que no tienen
oficio ni beneficio y que sabe que si no estuvieran intentando destituirlo
estarían tirados en cualquier esquina entregados al alcohol, sí, el amigo Juan
no fue candidato por ningún partido político y no lo conocían ni en su casa a
la hora de comer hasta que saltó a la palestra haciendo aspavientos impropios
del presidente de gobierno que dice ser, como el que protagonizó recientemente,
cuando se dio a la tarea de saltar vallas, a lo Tom Sawyer, entre otras
lindezas semiadolescentes.
En el ámbito internacional no
teníamos noticia de su existencia hasta que, con total convicción, se
autoproclamó mandatario con efecto retroactivo y carácter mesiánico tratando a
sus compatriotas con el máximo desprecio al desconocer por completo la
soberanía del pueblo venezolano.
Por supuesto que esto no fue obra
de la mente de Juan Sin Miedo, que difícilmente compite con la astucia de una
ameba en sus mejores días (en alguna ocasión, no muy lejana, les hablaré de la
amebiasis mental, lo prometo), sino del jefe supremo de todos los terrícolas,
que tampoco es listo pero tiene malos consejeros para desgracia del pueblo que
lo eligió y ahora quiere destituirlo y de quienes no comulgamos con ruedas de
molino. Pues bien, Riquet, el del tupé, decidió, así como si lo echara a
suertes en algún momento de su mandato (y por aquello de que “la vida es una
tómbola, tóm-tóm-tómbola”) que las reservas de petróleo venezolanas resultaban
un banquete lo bastante apetecible como para armar “la de Dios es Cristo”
lanzando al títere a soliviantar los ánimos de los que echan sapos y culebras
sobre Maduro.
Hay que puntualizar que la
pretensión de estas líneas no es juzgar la capacidad ni la actitud, ni el
acierto o desacierto de la política del actual presidente electo de Venezuela
en el ejercicio de su gobierno, con los que podemos estar en acuerdo o
desacuerdo según criterio personal. No estoy valorando si son elogiables las
ideas y las prácticas que defiende o, por el contrario, reprobables. Aquí lo
que está en tela de juicio y constituye el centro de la discusión es el hecho
de que se lleve a cabo un proceso electoral democrático (como así lo atestiguan
los observadores internacionales) y haya quien quiera deslegitimar el resultado
de las urnas y, por ende, al pueblo soberano que ha emitido su voto de manera
legal, constitucional. Y, más allá de eso, que cualquiera, sin ni siquiera ser
venezolano o venezolana, se conceda el derecho a entrometerse en la política
ajena, sobre todo ciertos gobernantes o líderes* (conste que voy a usar este
término, aun cuando me incomoda, porque se corresponde con el modo en que
aquéllos a quienes me refiero se piensan a sí mismos) que, como de costumbre,
se creen por encima del bien y del mal, ostentadores de la razón y, por tanto,
acreedores del poder de decisión sobre las naciones y pueblos a los que, en el
fondo (o incluso en la superficie), consideran inferiores por razones históricas,
económicas, culturales… Es una superioridad ciertamente irracional, un
supremacismo poscolonialista que los hace contemplar a todos los que no son el
OCCIDENTE OMNIPOTENTE (…ente... ente…), como in-capaces, in-maduros (créanme que
no va con intención), in-conscientes, in-eficientes, in-competentes… Podría
seguir añadiendo in-es a la lista pero sé que ustedes tienen prisa y, sobre
todo, una extraordinaria imaginación para continuarla, principalmente si son de
los que se han sumado a los que dicen que Juan Sin Miedo es el presidente de
Venezuela, porque para afirmar algo así hay que ser, como mínimo, Antoñita «la
fantástica».
Es enormemente preocupante que
sucedan hechos semejantes cada vez con más frecuencia. Me refiero a que una
derecha descontenta por la derrota electoral quiera deslegitimar los resultados
de las urnas cuando son favorables a la izquierda, acusando de traición al
presidente electo, convirtiendo el quehacer político en un campo de batalla e
incluso propiciando el golpismo de palabra y de obra. Ahí lo dejo… y a quien le
quede el suéter que se lo ponga…
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*Qué bonito sería que no hubiera
líderes sino iguales, es decir, una relación de horizontalidad y semejanza
entre todos los miembros de una comunidad, de una familia, de un pueblo, de una
nación. El liderazgo establece una verticalidad social, por muy buena onda que
sea el líder y muy preocupado que esté por desempeñar bien su liderazgo.
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