Cabeza chueca
Yo comprendo: he vivido
un año más, y eso es muy duro.
¡Mover el corazón todos los días
casi cien veces por minuto!
Para vivir un año es necesario
morirse muchas veces mucho.
Ángel González
Quién no se ha muerto un poco
a últimas fechas. Raro sería
andar sobreviviendo
a diestra y a siniestra,
como el que anda a tontas,
con el paso cambiado,
mientras el pelotón de los valientes
sigue, con sincronía suiza,
el tic que precede al tac del segundero,
muriéndose a destajo con rítmica cadencia,
a veces, en un descuido amable,
saludando al vecino, otras veces,
por no ser un Pilatos de la vida
que, en los tiempos que corren,
es algo más que un arte
saber lavarse mucho y bien las manos
antes de condenar a muerte
a algún cristiano viejo
o al Señor (aquél) de los Anillos
que es hipertenso el hombre y no lo sabe.
Claro, que no les hablo de la muerte grande,
sino de la chiquita que, como escalofrío,
te muerde el espinazo,
cuando, después de haber procesionado
por prescripción política,
como costalero independiente,
cofrade ilustre de la Santa Imprudencia,
por esos bares lindos del Chueca madrileño,
(quien dice Chueca dice Malasaña,
Lavapiés, La Latina...),
alguien te cuenta para más detalles
que aquel tipo francés que conociste
dejó la caña para pasar al tubo
(en jerga cervecera granadina)
y entubado se encuentra hasta las cejas.
Entonces dices como puedes,
travesaña la voz
y "la color quebrada... mustio y sombrío":
"Hoy por ti, hermano, y mañana por mí",
acaso deseando transferir
el turno intransferible de la muerte.

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