Al hilo de la vida
Cuba y otras hierbas
El estar largo tiempo en
trinchera requiere «coraje»...
Antonio Gramsci
Si me quieres, quiéreme entera,
no por zonas de luz o sombra…
Si me quieres, quiéreme negra
y blanca, y gris, verde, y rubia,
y morena…
Quiéreme día,
quiéreme noche…
¡Y madrugada en la ventana
abierta!…
Si me quieres, no me recortes:
¡Quiéreme toda… O no me quieras!
Dulce María Loynaz
Habrá opiniones para todos los
gustos en lo que a los últimos acontecimientos acaecidos en Cuba se refiere.
Para mí, desde el corto alcance que yo pueda tener a la distancia acerca de una
realidad ajena pero que me interpela de tantas formas, es claro que cualquier
país que se jacte de defender el valor de la libertad debe propiciar entonces, sin
reservas, el sagrado derecho a la libre expresión pública de las ideas, sean
del signo que sean y siempre que no constituyan un atentado contra los derechos
o la vida de los otros.
De igual modo, es parte del
ejercicio de la libertad la soberanía de cada pueblo para tomar decisiones
sobre su política, su economía, su organización social y las ideas que las
rigen sin intervencionismo externo alguno. Únicamente podría justificarse una
mediación internacional directa en casos verdaderamente extremos de violencia
continuada contra una población indefensa y siempre desde el respeto no
invasivo y dialogante a fin de conminar a una solución pacífica del conflicto. No
es válido como ejemplo, en este sentido, la actuación de las fuerzas policiales
o militares contra la población que ha sucedido estos días pasados en Cuba,
pues si así fuera tendríamos que estar interviniendo de manera constante en
todos los países (no daríamos abasto verdaderamente), ya fueran éstos vecinos o
no, simpáticos o antipáticos, porque ahí sí, déjenme que les diga, todos
tenemos cola que nos pisen y algunos muy larga, pues quien más y quien menos ha
reprimido, con todo lujo de útiles y artefactos violentos y humanos
peligrosamente empoderados (entiéndase fuerzas represivas del Estado) huelgas y
manifestaciones callejeras, protestas más o menos lícitas y, por supuesto, con
clara desproporción e impunidad. Creo que no es necesario que haga una
relatoría de casos porque me consta que todos y todas ustedes tienen muy buena
memoria y si no para eso está Google, el
Chivato, que tiene la mala costumbre de guardarnos los malos momentos de un día
para otro, porque así es de mala gente (pura maldad todo).
¿Qué nación, con su gobierno, sus gobernantes
y sus gobernados reaccionarios y desalmados (con ele), no ha cometido
atropellos contra civiles desarmados (con ere) porque protestaban las criaturas
hartas ya de desmanes y de injusticias, reclamando libertades, derechos o
simplemente (si es que tiene algo de
simplicidad) manifestando disidencias? Sí, tiranísimos de todos los tiempos y
lugares, a ver quién está libre de culpa para que lance la primera piedra. Así pues, no toca ahora llevarse las manos a
la cabeza (quien la tenga) y hacernos los redentores impolutos que todos
fingimos ser cuando nos conviene.
En cambio, sí resulta evidente
que la injusticia flagrante cometida contra el pueblo cubano (la gente de a pie
que es la que debería importarnos) ha contribuido de manera sostenida y
efectiva a su empobrecimiento extremo, el famosísimo bloqueo económico del que
todo el mundo habla pero nadie ha visto (o ha querido ver), salvo los cubanos y
cubanas que han tenido que reinventarse para sobrevivir al hostigamiento: la “vaca
frita” sin vaca, los “moros y cristianos” sin cristianos (porque marxistas de
hueso colorao), la “yuca con mojo” con más yuca que mojo y el "picadillo a la
criolla" sin criolla (ni falta que hace), entre otras hierbas de esta índole. Lo
único que no han tenido que alterar ha sido la “ropa vieja”, por qué será. Esto
que les digo, que suena a chiste, en realidad no tiene ni pizquita de gracia.
El mencionado bloqueo ha
contribuido de manera real y efectiva al debilitamiento progresivo y brutal de
una nación que no ha cedido ante la presión externa pero que ha pagado con
sudor (más allá del calor propio de su geografía) y hambre (de la mala) una
absolutamente injustificada agresión a sus derechos, sus libertades y su
soberanía, situación intolerable, más aún por su prolongación en el tiempo, con el
consiguiente desgaste y sufrimiento para los seres humanos que pueblan tan
bella isla, entre ellos también niños y niñas, ancianos y ancianas (sí, también),
mucho más desprotegidos y vulnerables. Y todo esto, ¿por qué? El miedo y su
amiga, la intolerancia, que experimentamos estos “humanoides” descompuestos que
somos (cualquier parecido con los seres humanos que alguna vez pudimos llegar a
ser es pura coincidencia) ante todo aquello que nos suene a amenaza ideológica
y praxis revolucionaria “contra” un sistema burgués caduco y agresivo que, desde
hace algunos siglos, ha tratado de imponer su hegemonía a toda costa para que
el 1% de la población mundial tenga el control sobre lo que come, gasta,
adquiere, consume y, lo que es peor, piensa el 99% restante.
Pues bien, políticos y políticas,
a ustedes me dirijo porque son parte importantísima de su brazo ejecutor, el
del capitalismo (quiero decir), que con seguridad es mucho más nocivo que todo
lo que pueda estar cocinándose (con ingredientes-fantasma, como ya les he
relatado antes) en una pequeña porción de tierra del Caribe, a ustedes que
podrían ser sus detractores activos más eficientes, su grano en las posaderas
(por decirlo finamente), puesto que también son parte perjudicada en este
asunto de la destrucción masiva del planeta y, por supuesto, víctimas de la
alienación deliberada y severa a la que nos somete dicho sistema. Sus cabezas y
lo que se cuece dentro de ellas son su más codiciado trofeo, su recurso del
método, su socio cómplice imprescindible, no lo olviden (la bonnie de su clyde,
la bella de su bestia, el bueno y el feo de su malo, el d’artagnan de sus tres mosqueteros,
el tristán de su isolda… por citar algunos ejemplos ilustrativos que no tienen
nada que ver pero que a todos nos gustan mucho).
En el caso cubano, nos
encontramos con una pequeña isla históricamente acosada por toda una comunidad
internacional: en primera instancia por la superpotencia mundial, que tomó la
iniciativa y, en segunda instancia, por todos los que la secundaron con su
participación directa o indirecta en el derribo, con el beneplácito explícito o
implícito o, simplemente, con el
silencio cómplice del que tiene intereses irrenunciables con el país o países
involucrados. Qué bonito, sí, señores y señoras, la misma historia de siempre,
el pez grande que se cree muy valiente cuando el que tiene enfrente es el más
pequeño pececillo de la laguna. ¿Por qué no se ponen al tú por tú con alguien
de su tamaño? ¡Cuánta madurez política del respeto a la voluntad ajena nos hace
falta!
No dejo de preguntarme, al hilo
de todo lo dicho, por qué habitualmente los regímenes de signo político
izquierdista se consideran autoritarios y peligrosos (que no digo yo que no los
hubiera o hubiese, “en todas partes se cuecen habas” dice el refrán) y a los que
apuestan por políticas derechistas o ultraderechistas ni quien les respire, en
la mayoría de los casos. Claro que si los de izquierdas son pobres es aún peor,
porque si son ricos, entonces podemos correr un tupido velo de complacencia y
mirar para otro lado, quizá porque además cada vez se parecen más a nosotros y
menos a ellos o a lo que dicen ser, pues hoy por hoy ya se han convertido en
máximo exponente del sistema capitalista en lo que a producción, consumo y
explotación se refiere.
Sin dejar de reconocer errores
históricos fatales en las políticas acometidas por la izquierda, como la
persecución de la diversidad sexual y de género o de las voces disidentes que muestren
oposición al régimen establecido entre otras (y lo digo sin pudor alguno
porque, como ya saben, yo no me caso con lo indefendible, sea del signo
político que sea, pues siendo así nunca será del mío), tampoco quiero obviar
que la intención y praxis revolucionaria como sistema político alternativo al
que nos rige, y que triunfó en Cuba, ha traído también muchas y buenas
consecuencias, entre las que se encuentran la magnífica formación de sus
profesionales con un sistema educativo que ya lo quisiéramos muchos y la fe
inquebrantable en sus propias capacidades para sobrevivir en medio de un mundo
declaradamente hostil que le cierra las puertas al intercambio y, sobre todo, a
la posibilidad de acceder a bienes e insumos no producidos en la isla. Y así,
con unos redaños monumentales, le han plantado cara todos estos años a la
adversidad y lo siguen haciendo a día de hoy ante cualquier intento de
intervencionismo.
A últimas fechas hemos tenido
ocasión de comprobar cómo la nación cubana ha prestado servicios sanitarios a
la comunidad internacional no sólo con la presencia física de equipos médicos
de alto nivel que han aportado su conocimiento y experiencia al tratamiento del virus infame en un momento realmente difícil de
nuestra existencia, sino también con el denodado esfuerzo vertido en la investigación y fabricación de vacunas que no sólo servirán para salvar vidas cubanas sino
otras muchas vidas humanas. ¡Bravo por este pueblo generoso! Ojalá fuéramos
capaces de valorar en positivo las citadas bondades y no asumiéramos por default
la absurda pose maniquea de que si algo
viene o es propio de una nación que se proclama comunista: “vade retro, Satanás”,
porque de ahí no puede salir nada bueno. Qué torpeza la nuestra y qué
ignorancia demostramos, principalmente porque podríamos preguntarnos y no lo
hacemos qué de bueno nos han traído el capitalismo y ciertos regímenes
ultraconservadores.
Dejemos, por favor y por todos
los dioses del Olimpo (ahora que estamos en plenos Juegos en Tokyo), de intervenir de la peor manera en las políticas de un
país caribeño de escasos recursos económicos e indiscutiblemente menor en
potencial defensivo cuando no somos capaces ni de arreglar nuestros propios
asuntos, inmersos como estamos en un sistema económico posmo-burgués (creo que
acabo de acuñar un nuevo término que todavía no sé bien que significa pero que
tiene mucho potencial), demente y suicida, como estamos comprobando, y que va a
mandar a criar malvas a la especie humana y de paso a la potente biodiversidad
de la que hemos gozado hasta hace poco (un par de siglos “no es nada, que
febril la mirada”, perdón por la digresión musical, es que la dispersión me puede).
Quizá sería bueno que meditáramos
sobre el modo de colaborar, no de dominar (y de ser dominados por los señores
del capital, no lo olvidemos), para encontrar una manera sabia y justa de
prestar ayuda, porque si nuestro estilo va a ser la irrupción impune y abusiva
en los asuntos del vecino para ejercer control o cortar el suministro, pues
entonces “no me ayudes, compadre”, como decimos acá, en México.
No se trata de propiciar más daño
a un pueblo ya dañado sino de construir puentes de acercamiento, sin
injerencias ni provocaciones. Aunque se nos olvida todos los días, parece que
vamos a necesitar a toda la humanidad, porque el climaterio que tenemos encima, debajo y a los lados no da tregua. La sabiduría de un pueblo bien
instruido como el cubano va a ser fundamental para buscar soluciones que ellos
mismos han estado aplicando ante la injusta situación límite a la que han sido sometidos, articulando sistemas de autoabastecimiento muy productivos. Como tuvo a
bien cantarnos con poderosa voz Mercedes Sosa: “Todas las voces, todas. Todas
las manos, todas…”, reconozcamos que somos interdependientes y nos necesitamos.
Aprovecho, ahora que estamos en
este clímax tan subversivo, para pedir el fin del bloqueo a quien corresponda
(como dijera el gran humorista Gila al enemigo, guiño de ojo mediante:
“alguien ha matado a alguien”). Al gobierno cubano, por su parte, hay que
instarlo, con todo respeto, a que articule los cambios necesarios para dar
espacio y libertad de expresión y culto a la diversidad ideológica e
identitaria como corresponde al signo de los nuevos tiempos. ¡Amen! (sí, sin
tilde, pero con pasión porque, total, para malos ratos ya está el cambio
climático).
La paz entre pueblos hermanos,
entre naciones y culturas sólo es posible desde el respeto y la cooperación. Y
ahora sí… ¡Amén! (con tilde y sin demora).
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