Semanario de urgencias
Cuando ruge la marabunta… (preliminares de las consideraciones anticlímax)
He decidido, porque con el activismo medioambiental no puede haber medias tintas, que mi próxima compra importante sea un cepillo dental de bambú. En realidad me ha costado mucho optar por este artilugio en lugar de invertir mi dinero en uno de esos cepillos eléctricos, “Noséquécosa-B”, que seguro que deja la dentadura como los chorros del oro pero, tal y como está el asunto con lo del cambio climático, me he dicho para mis adentros: «chica, algo hay que hacer para frenar esto. Si podemos prescisdir del Planeta-B, que ya han dicho quienes saben de estas cositas climáticas que “naranjas de la china”, puedes tú pasar sin un cepillo-B de ésos aunque los dientes se te queden regulinchi». (Microrrelato siniestro)
Supongo que les resulta divertida, en tanto que ridícula, la ocurrencia
con la que doy inicio a las presentes líneas. A mí también me lo parecería de no
ser porque no hace más que traducir con certera similitud lo que cada día nos
encontramos por desgracia en los medios de (in)comunicación como respuesta
política generalizada a la mayor amenaza de extinción que haya padecido la
humanidad, como también el resto de seres vivos a los que no vale la pena
mencionar pues huelga pensar que su vida importa algo si la propia no parece
gozar de apego alguno de nuestra parte.
De todos los acontecimientos graves que hayamos podido enfrentar, no ya
en estos últimos años sino también en el resto de siglos precedentes, ninguno
alcanza ni de lejos la dimensión de lo que supone (ya está suponiendo, esto no
es un escollo a largo plazo sino un drama completamente vigente, actual y
cotidiano) la emergencia climática. El problema va a ser —si lo sabré porque ya
los conozco―, de déficit de atención. Resulta que todo el mundo ha oído hablar
de la “noséquécosa climática” ésa y, sin fijarse en lo que importa, luego se acuerdan
de lo “climática” que es la susodicha, pero no de la “emergencia” que también
es y de la que se trata. Y así es que unos por otras (y viceversa) la casa sin
barrer, que es lo mismo que sin hacer los deberes que les puso Mamá-Tierra
porque la video-consola mola y lo del clima es una trola (infantilandia
forever).
Siempre parece haber algo más acuciante que atender que el verdadero
asunto de fondo que está en la base del resto de los asuntos, por ejemplo, una
incidencia meteorológica con pérdidas personales y económicas, un éxodo humano,
una pandemia, una guerra… por citar algunos ejemplos fácilmente identificables y
actuales, que suceden precisamente a consecuencia del maltrato sistemático y
recurrente a los bienes comunes que el medio nos brinda (extractivismo
desmedido) y el mal uso que se hace de ellos (necesidades creadas y no
básicas).
No, no es que tengamos el cenizo, aunque pueda parecerlo a últimas
fechas con tantos dramas sucediéndose cual cine-de-catástrofes-años70. Se trata
más bien de que hemos inventado, porque así somos de listos, el mejor método de
suicidio colectivo: la sobreexplotación de recursos naturales y humanos en un
planeta finito para enriquecimiento exclusivo de unos cuantos profesionales de
la apropiación, mangantes en toda regla a los que les importamos un soberano cacahuate ―por si
se lo preguntan, es la palabra náhuatl―, capaces de todo por conservar sus
privilegios económicos y usurpadores de la riqueza que por derecho nos
corresponde a todos los seres humanos que habitamos el tercer planeta del
sistema solar y a otros seres vivientes sin los cuales la vida sería imposible,
dando lugar a que la inmensa mayoría pase la escarlatina (y más que la pasará)
para poder seguir sobreviviendo en un mundo tan desigual y hostil como el que
actualmente habitamos. SE LLAMA CAPITALISMO Y MATA.
Sí, no son buenas noticias, ya lo sé, pero ustedes, mandamases y
mandamasas, lo saben también y no dicen ni esta boca es mía. Callan y otorgan más
poder, si cabe, con su silencio cómplice a los que nos tienen agarrados por la arteria
aorta. Y más allá de callar no mueven un solo dedito para que las cosas sean de
otro modo y no continúen comerciando con nuestra existencia. Si la política no
sirve para proteger la vida, ¿para qué más entonces?
Esas tiritas (o curitas, esparadrapillos de tres al cuarto) que van
ustedes poniendo a la hemorragia no arreglan absolutamente nada, a veces incluso
acrecientan el problema, en todo caso contribuyen a proyectar una imagen
irresponsable, irrespetuosa y carente de sensatez de su desempeño político.
Agradezcan que sea yo la que se lo diga con la moderación verbal que me
caracteriza porque seguramente muchos y muchas de quienes verán truncadas sus
vidas se lo van a reclamar en otros términos menos amigables.
Debo decirles, políticos y políticas en ejercicio de funciones, que ésta
que suscribe es una profana mínimamente informada en materia medioambiental y
más concretamente en lo que tiene que ver con el calentamiento del planeta, una
ciudadana más entre muchas que no entiende cómo pueden ustedes dormir en las
noches sabiendo lo que saben, puesto que tienen acceso a una información
privilegiada que el resto desconoce.
(La pregunta que sigue está pensada para ser leída en voz alta…)
¿O es que va a resultar acaso que no han sido debidamente puestos en
conocimiento de los pormenores de la peor tragedia que sufrirá la humanidad por
no haber conformado un comité de mejores y más decentes (esto es fundamental)
expertos y expertas en las diferentes disciplinas científicas que esté
altamente cualificado para dirigir una contundente operación de emergencia que
sea transversal a todas las áreas de intervención política a fin de paliar en
la medida de lo posible las nefastas consecuencias del mencionado aumento de
las temperaturas que podría acabar con nuestra especie antes de que concluya el
siglo?
¿Les ha faltado el aire mientras leían la larga pregunta que acabo de
dirigirles en la que no he incluido ni una sola coma a tal efecto? Es para que
no olviden que ustedes están ahogando nuestras expectativas de vida.
(To be continued… ni crean que esto se acaba aquí.)
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