Negacionismo
Donde veas
que el látigo o la espada se levantan,
que la prisión redobla sus cerrojos,
que los fusiles amenazan muerte,
acércate y, a pecho descubierto,
lanza un tremendo NO que salve al mundo.
Ángela Figuera Aymerich
¿Qué esperan que les diga?
¿Qué debería escribir
para que sus oídos
se humedezcan?
¿Que lo que le conviene
a este deshilachado mundo
que nos están dejando
es armarse de inquina
hasta los dientes
y de arsenales de violencia?
No me oirán decirlo,
su reino no es de mi mundo.
¿Qué tal si se hiciera el desarme
—rotos como estamos,
quebrados de conciencia,
con la médula enferma
por la desilusión de la injusticia—
para, por fin, armarnos
de palabras veraces
y de cabezas limpias
donde pueda brotar,
como flora salvaje
la compasión humana,
su faz decente?
No habrá labios sellados
ni indulgencia posible
mientras revienta la masacre
de la que los fusiles se alimentan:
un planeta arruinado, hambre,
dolor y esa miseria lenta,
sostenida en el trayecto indigno,
largo y premeditado del despojo.
No omitiré el expolio de los bosques, el llanto de los peces, la codicia de los bienes comunes que nos está matando a las abejas. No haré ojo de hormiga ante la apropiación sistemática de los cuerpos con los que se comercian territorios, beneficios y tratados.
¿Hay un infierno en ciernes?
¡No!
Hay un infierno ahora de sequías,
de escasez y contiendas
que aumenta con idéntica cadencia
con la que se amasan las fortunas,
en tanto nos someten
a la oferta y demanda
de un crecimiento infinito, ¡indiscutible!
No me digan que calle
al tiempo que nos roban
el derecho a la vida
tan humano.
Señores de la guerra,
una mujer les habla:
extramuros de sus soflamas bélicas
seguiremos sembrando
la paz de los trigales,
el reparto justo de los panes,
el discurrir libre del agua.
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