Radical historicidad



En el AMOR del mundo cabe un firmamento de bondades perpetuas a saber:

los ritos ancestrales como pilar remoto del instinto 

el silbo de las aves en la estación de cría, canto sagrado y alimento del bosque

las noches de desvelo junto a un hijo febril o a una madre ya ajena al rostro y la presencia

las hierbas milagrosas recomponiendo los hábitos perdidos

el recorrido fértil del arroyo 

el juego de la chiquillería futboleando con el clamor de un residuo metálico 

la tierra removida por la azada

la semilla crujiendo suavemente, abriendo paso al brote apasionado 

la sacudida grácil de la cola del perro

el peso de la lluvia en las cabezas y en la sed de las hojas

la súbita sanación que entraña el buen abrazo

el coro de vecinas, confiadas al fresco, en las interminables veladas estivales

la rutina del mar arrastrando paisajes en la arena

el corazón intrépido galopando en el llano sin descanso

la brisa conversando con la espera 

la vocación fecunda del maestro abriendo ventanales

la constatación tácita de que las formas son el fondo mismo de las cosas

las uvas primigenias vendimiadas

el sabor que despierta en la memoria la ebullición del caldo 

la salvación de vidas como principio contra el despropósito y como fin del propósito de enmienda 

la carcajada, la risa, la sonrisa tan genuinamente humanas y tan libres

la insumisión rotunda de los pueblos

el sorpresivo hallazgo de las nubes en su diverso juego de matices frente a la simplificación perdidamente absurda

las lágrimas que alivianan la congoja

el silencio profundo con su rumor denso en travesía por las trochas del aire 

la justicia veraz equilibrando excesos

los medulares sustratos ignorados que alborota el poema


En el AMOR del mundo cabe casi todo, en sólo cuatro letras, un firmamento capaz de hacer historia perdurable.

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